Los romanos, conocidos por sus avances en numerosos campos, también destacaron en el ámbito de la ingeniería sanitaria, particularmente en la construcción de baños públicos y letrinas. Estas estructuras, esenciales para la vida cotidiana en la antigua Roma, eran un testimonio de su sofisticación en términos de saneamiento público. Construidos generalmente de madera o piedra, los baños romanos eran cajas diseñadas sobre canales de agua que facilitaban la eliminación de desechos. Un flujo constante de agua arrastraba los residuos, demostrando una temprana aplicación de los sistemas de alcantarillado. Delante de estas instalaciones, se encontraba otro canal más pequeño en el suelo por donde circulaba agua fresca continuamente. Para la higiene personal, los romanos utilizaron una herramienta única conocida como tersorio o xiloespongio, que se traduce del griego latinizado a "esponja en un palo" (xilón = palo, spongos = esponja). Esta esponja, que se compartía comunalmente, se sumergía en el canal delantero y se usaba a través de un orificio en la parte frontal del inodoro para limpiarse después de realizar sus necesidades. La esponja era enjuagada y desinfectada entre usos en un balde con agua de mar o una solución de agua y vinagre, lo que mostraba una preocupación por la limpieza y la salud pública. Adicionalmente, el diseño del baño incluía características para mejorar la comodidad y la higiene, como un orificio que ayudaba a evitar goteos durante la micción masculina. Estos baños no solo reflejan el nivel de avance tecnológico de la Roma antigua, sino también su compromiso con la higiene y el bienestar público, aspectos que siguen siendo relevantes en la planificación urbana moderna.