En Las Tunas, al oriente de Cuba, la vida en el campo ha dejado de ser una actividad productiva para convertirse en una lucha diaria por la supervivencia. La ganadería, uno de los pilares históricos de la economía agropecuaria del país, atraviesa su momento más crítico en décadas, acorralada por la falta de alimento para el ganado, la creciente inseguridad rural y el reiterado incumplimiento del Estado en los pagos por productos entregados. La precariedad alcanza niveles alarmantes. Productores consultados describen una realidad marcada por la desesperanza: animales desnutridos, rebaños diezmados por robos, y una cadena de impagos que bloquea cualquier intento de recuperación. Uno de ellos, cuya identidad reservamos por razones de seguridad, sintetiza la crisis con crudeza: "No estamos viviendo del campo, estamos apenas sobreviviendo, y eso si no se llevan los animales antes que se mueran de hambre". En medio de este colapso silencioso, las autoridades locales han reconocido el deterioro del sector ganadero, aunque sus declaraciones, más administrativas que comprometidas, no han venido acompañadas de medidas concretas. Esta actitud ha sido interpretada por muchos ganaderos como un signo de abandono institucional. El desabastecimiento de alimentos para el ganado es uno de los factores más críticos. Sin forraje ni suplementos, las reses pierden peso y la producción de leche y carne se desploma. A ello se suma un sistema de acopio estatal que continúa recolectando productos sin asegurar pagos oportunos ni precios justos. El resultado es un circuito improductivo, donde los productores, sin capital ni apoyo, ven cómo su esfuerzo se evapora sin retribución. Pero la amenaza no es solo económica. La inseguridad ha irrumpido con fuerza en el campo. Las denuncias por robo de ganado son cada vez más frecuentes, y los campesinos, ante la ineficacia de las autoridades, han optado por custodiar sus fincas durante la noche armados con machetes. Algunos productores aseguran haber perdido más de una decena de animales en lo que va de año, lo que representa no solo una pérdida económica, sino también emocional y social. Este deterioro sostenido no afecta exclusivamente a los ganaderos. La falta de carne y leche en los mercados locales, ya perceptible, anticipa un impacto mayor en la dieta de los cubanos, especialmente en un país donde la producción nacional representa una fuente vital de abastecimiento ante la escasez de importaciones. El escenario en Las Tunas se perfila como un microcosmos de una crisis nacional. La ganadería, lejos de ser una actividad marginal, es un eje de la seguridad alimentaria y del sustento de miles de familias rurales. Sin una respuesta urgente, efectiva y estructural por parte del Estado, el colapso de este sector podría convertirse en otro símbolo de la erosión del modelo agroproductivo cubano. Las voces del campo advierten que la situación ha superado los límites de la tolerancia. Reclaman no solo pagos atrasados y mejores condiciones de trabajo, sino también dignidad, seguridad y reconocimiento. En un momento donde el país entero enfrenta desafíos sistémicos, el abandono del campo es una decisión que ningún gobierno puede darse el lujo de perpetuar sin consecuencias.